lunes, 11 de enero de 2010

Cien Días...


Suele suceder que los que habitamos una gran ciudad tenemos una relación un tanto ambigua de amor y de odio con está. Una ciudad que te da días terribles y unas noches maravillosas como algunas amantes. Y uno sobrevive como puede a esa relación, cada cual como puede. La noche debilita los corazones es cierto, y aquella noche quedaron debilitados unos cuantos. Aquella noche éramos varios los que intentábamos ahogar nuestras penas, incluso hacia días que estas habían recibido largos cursos de natación, así que era difícil.

Dicen que se ahoga más personas en los vasos que en los ríos, y aquella noche hubo varios naufragios. Yo era uno de esos náufragos que buscaba una tabla a la que aferrarme para no hundirme, y allí la encontré, al final de la barra, jodida y radiante. Ella trataba de convencerme que el amor es el castigo que se nos impone a los que no sabemos estar solos, pero yo no la creí, y creo que ella tampoco creía en lo que contaba porque llevaba ya muchas noches enterrada en aquel bar, y muchos más días…cien días.